La importancia de la educación familiar
Por Sofía Pereira, marzo 2014
Aunque la mayoría de los padres se esfuerzan por educar a sus hijos desde el respeto a su individualidad, lo cierto es que aún son muchos los que creen que sus vástagos han de seguir la misma estela, convirtiéndose en copias exactas, fieles a sus teorías, creencias y modos de vida.
No es difícil imaginar las graves consecuencias que acarrea este modelo anti-educativo, que lo que pretende es abortar la realidad del nuevo ser para obligarle a entrar en un formato que no le pertenece.
¿Cómo encajar en un mundo que te niega, que te fuerza a adaptarte, a representar un rol determinado, a meterte en la piel y en el ser de otro, negándote tu primer derecho fundamental: el derecho a tu identidad, el derecho a ser tú mismo, que es justamente la cualidad que te diferencia de los demás y que hace que puedas enriquecer el tapiz común creado entre todos?
¡Qué inmensa tragedia la de una forma de vida que no puede expresarse, la de un color que no consigue iluminar, la de una nota musical a la que se le impide sonar!
Educar no es hacer a los hijos a la propia imagen y semejanza, sino ayudarles a ser quienes verdaderamente son. Es contribuir a que desarrollen todas sus capacidades, todas sus potencialidades, guiándoles hacia sí mismos, en un entorno seguro, aportándoles una base sobre la que puedan crecer firmes y sin temor. Es protegerles, amarles y acompañarles en el despliegue de su individualidad que les convierte en seres únicos, portadores de un proyecto de vida también único.
Muchos de nosotros, cuando nos convertimos en padres, empapados por esta cultura materialista de posesión, caemos en el error de sentir que nuestros hijos nos pertenecen, y que, quieran o no, van a tener que seguir las pautas que les vayamos marcando puesto que, a partir de nuestra propia experiencia de vida, son las que nos parecen las más idóneas. Y así, vamos instilando y haciendo valer nuestros puntos de vista sobre temas como los estudios, las profesiones, la religión, la política, las formas de pensar, de valorar el mundo, etc., sin olvidar los aspectos más domésticos o de cultivo de la imagen como: la ropa, el peinado, la alimentación, el cuidado personal, el orden, las amistades, etc.
Es dramático ver esas parejas madre-hija, padre-hija, madre-hijo, padre-hijo, y comprobar hasta qué punto están reproduciendo un modelo único que hacen de ellos la misma persona, siempre reproduciendo, como en un disco rayado, la misma o muy parecida historia. Todos llevan a sus espaldas generaciones enteras de seres a los que no se les permitió expresar su verdadero yo, su individualidad, su esencia. Por ello, hace falta implicarse a fondo y poner toda la energía disponible para poder liberarse de estas poderosas influencias y desligarse de las cadenas de generaciones con las que intentan retenernos e impedirnos que podamos manifestar quien realmente somos.
El problema es que por el mero hecho de ser padres nos convertimos en educadores, cuando la mayoría no tenemos ni idea de por dónde empezar, ni de qué hacer, además de contar con todos los lastres que venimos arrastrando de nuestra propia y deficiente educación, y de esa insatisfacción casi general de no saber exactamente quienes somos ni qué es lo que se espera de nosotros. Nadie nos preparó para la tarea más difícil de nuestra vida y esto nos va a obligar a ir improvisando.
Para complicar aún más la cosa, nuestros hijos, en la primera etapa de su vida, nos van a convertir en su modelo, ya que la imitación va a ser su herramienta de aprendizaje. Su capacidad de cuestionar, de reflexionar y desarrollar sus propio juicio no está aún disponible, por lo que nos va a acoger, sin dudarlo, como sus guías, sus modelos favoritos, con todo lo bueno y lo malo que llevemos dentro. Y aquí aparece ya la primera trampa. La copia puede llegar a ser tan perfecta que al final la individualidad no encuentre resquicios para poder manifestarse. Por tanto, si no estamos atentos cuando llegue el momento de dejarles que desplieguen sus propias alas, y les instamos a seguir reproduciéndonos, ellos habrán perdido su libertad, su mismidad, y lo que es peor, habrán fracasado en su propio proyecto de vida.
Entonces ¿qué podemos hacer? Quizás simplemente mantener en todo momento el pensamiento:
“Ante mí veo un ser en desarrollo que confía en mí,
y al que yo quiero llevar de la mano hacia su propio objetivo”.
De este modo, me convierto en un iniciador ante su iniciado, y la relación alcanza así un nivel muy superior al meramente carnal o material. Yo voy a ser el testigo de su evolución, su ángel guardián, el que llevará siempre presente la imagen de su propio objetivo. Y aunque por momentos se desvíe de su meta, no puedo perder la fe en este nuevo ser que se ha puesto a mi cuidado, pues mi fe en él será como la luz que le guíe en los momentos oscuros de su camino.
Realmente, el mundo está necesitando padres y madres que reúnan los requisitos para convertirse en guías de sus hijos. Los hijos necesitan personas cuerdas, auto-educadas, cuyos valores se encaminen hacia la búsqueda de la verdad, y no de las apariencias; personas honestas, que se respeten y que sepan respetar a los demás, que busquen su libertad y que sean capaces de darla sin reservas; personas, en definitiva, que se trabajen a sí mismas, que no tiren nunca la toalla, que no piensen que por alcanzar una determinada edad ya llegaron al puerto y ahora pueden quedarse sentadas viviendo de las rentas.
Los seres humanos estamos en permanente evolución, en permanente crecimiento, y esto es lo mejor que podemos ofrecer a nuestros hijos. Podemos no saber, podemos equivocarnos, podemos arrastrar deficiencias, neurosis, problemas, pero si ellos ven que no nos detenemos, que seguimos buscando, que queremos continuar aprendiendo, de ellos incluso, de ellos a veces más que de nadie, puesto que ellos son los motores que nos impulsan hacia delante, quienes nos obligan a no quedarnos dormidos en el sofá de la vida burguesa, entonces ellos creerán en nosotros y creerán en sí mismos, en su propia capacidad para seguir avanzando.
Luchemos, en primer lugar por nosotros mismos, por alcanzar nuestro propio proyecto de vida. Esta será la mejor herencia que podemos dejarles: nuestro ejemplo de vida. Y, al mismo tiempo, ayudémosles a que encuentren su espacio y sus propios valores que les permitan transformar el mundo en un lugar mejor.
Así pues, ¡ánimo, que queda mucha tarea por delante!
Sofía Pereira, terapeuta y autora de “Emociones y Temperamentos” (Editorial R. Steiner) y “El Arte de Educar en Familia (editorial CCS)
www.sofiapereira.com
aifospereira@yahoo.es
Por Sofía Pereira, marzo 2014
Aunque la mayoría de los padres se esfuerzan por educar a sus hijos desde el respeto a su individualidad, lo cierto es que aún son muchos los que creen que sus vástagos han de seguir la misma estela, convirtiéndose en copias exactas, fieles a sus teorías, creencias y modos de vida.
No es difícil imaginar las graves consecuencias que acarrea este modelo anti-educativo, que lo que pretende es abortar la realidad del nuevo ser para obligarle a entrar en un formato que no le pertenece.
¿Cómo encajar en un mundo que te niega, que te fuerza a adaptarte, a representar un rol determinado, a meterte en la piel y en el ser de otro, negándote tu primer derecho fundamental: el derecho a tu identidad, el derecho a ser tú mismo, que es justamente la cualidad que te diferencia de los demás y que hace que puedas enriquecer el tapiz común creado entre todos?
¡Qué inmensa tragedia la de una forma de vida que no puede expresarse, la de un color que no consigue iluminar, la de una nota musical a la que se le impide sonar!
Educar no es hacer a los hijos a la propia imagen y semejanza, sino ayudarles a ser quienes verdaderamente son. Es contribuir a que desarrollen todas sus capacidades, todas sus potencialidades, guiándoles hacia sí mismos, en un entorno seguro, aportándoles una base sobre la que puedan crecer firmes y sin temor. Es protegerles, amarles y acompañarles en el despliegue de su individualidad que les convierte en seres únicos, portadores de un proyecto de vida también único.
Muchos de nosotros, cuando nos convertimos en padres, empapados por esta cultura materialista de posesión, caemos en el error de sentir que nuestros hijos nos pertenecen, y que, quieran o no, van a tener que seguir las pautas que les vayamos marcando puesto que, a partir de nuestra propia experiencia de vida, son las que nos parecen las más idóneas. Y así, vamos instilando y haciendo valer nuestros puntos de vista sobre temas como los estudios, las profesiones, la religión, la política, las formas de pensar, de valorar el mundo, etc., sin olvidar los aspectos más domésticos o de cultivo de la imagen como: la ropa, el peinado, la alimentación, el cuidado personal, el orden, las amistades, etc.
Es dramático ver esas parejas madre-hija, padre-hija, madre-hijo, padre-hijo, y comprobar hasta qué punto están reproduciendo un modelo único que hacen de ellos la misma persona, siempre reproduciendo, como en un disco rayado, la misma o muy parecida historia. Todos llevan a sus espaldas generaciones enteras de seres a los que no se les permitió expresar su verdadero yo, su individualidad, su esencia. Por ello, hace falta implicarse a fondo y poner toda la energía disponible para poder liberarse de estas poderosas influencias y desligarse de las cadenas de generaciones con las que intentan retenernos e impedirnos que podamos manifestar quien realmente somos.
El problema es que por el mero hecho de ser padres nos convertimos en educadores, cuando la mayoría no tenemos ni idea de por dónde empezar, ni de qué hacer, además de contar con todos los lastres que venimos arrastrando de nuestra propia y deficiente educación, y de esa insatisfacción casi general de no saber exactamente quienes somos ni qué es lo que se espera de nosotros. Nadie nos preparó para la tarea más difícil de nuestra vida y esto nos va a obligar a ir improvisando.
Para complicar aún más la cosa, nuestros hijos, en la primera etapa de su vida, nos van a convertir en su modelo, ya que la imitación va a ser su herramienta de aprendizaje. Su capacidad de cuestionar, de reflexionar y desarrollar sus propio juicio no está aún disponible, por lo que nos va a acoger, sin dudarlo, como sus guías, sus modelos favoritos, con todo lo bueno y lo malo que llevemos dentro. Y aquí aparece ya la primera trampa. La copia puede llegar a ser tan perfecta que al final la individualidad no encuentre resquicios para poder manifestarse. Por tanto, si no estamos atentos cuando llegue el momento de dejarles que desplieguen sus propias alas, y les instamos a seguir reproduciéndonos, ellos habrán perdido su libertad, su mismidad, y lo que es peor, habrán fracasado en su propio proyecto de vida.
Entonces ¿qué podemos hacer? Quizás simplemente mantener en todo momento el pensamiento:
“Ante mí veo un ser en desarrollo que confía en mí,
y al que yo quiero llevar de la mano hacia su propio objetivo”.
De este modo, me convierto en un iniciador ante su iniciado, y la relación alcanza así un nivel muy superior al meramente carnal o material. Yo voy a ser el testigo de su evolución, su ángel guardián, el que llevará siempre presente la imagen de su propio objetivo. Y aunque por momentos se desvíe de su meta, no puedo perder la fe en este nuevo ser que se ha puesto a mi cuidado, pues mi fe en él será como la luz que le guíe en los momentos oscuros de su camino.
Realmente, el mundo está necesitando padres y madres que reúnan los requisitos para convertirse en guías de sus hijos. Los hijos necesitan personas cuerdas, auto-educadas, cuyos valores se encaminen hacia la búsqueda de la verdad, y no de las apariencias; personas honestas, que se respeten y que sepan respetar a los demás, que busquen su libertad y que sean capaces de darla sin reservas; personas, en definitiva, que se trabajen a sí mismas, que no tiren nunca la toalla, que no piensen que por alcanzar una determinada edad ya llegaron al puerto y ahora pueden quedarse sentadas viviendo de las rentas.
Los seres humanos estamos en permanente evolución, en permanente crecimiento, y esto es lo mejor que podemos ofrecer a nuestros hijos. Podemos no saber, podemos equivocarnos, podemos arrastrar deficiencias, neurosis, problemas, pero si ellos ven que no nos detenemos, que seguimos buscando, que queremos continuar aprendiendo, de ellos incluso, de ellos a veces más que de nadie, puesto que ellos son los motores que nos impulsan hacia delante, quienes nos obligan a no quedarnos dormidos en el sofá de la vida burguesa, entonces ellos creerán en nosotros y creerán en sí mismos, en su propia capacidad para seguir avanzando.
Luchemos, en primer lugar por nosotros mismos, por alcanzar nuestro propio proyecto de vida. Esta será la mejor herencia que podemos dejarles: nuestro ejemplo de vida. Y, al mismo tiempo, ayudémosles a que encuentren su espacio y sus propios valores que les permitan transformar el mundo en un lugar mejor.
Así pues, ¡ánimo, que queda mucha tarea por delante!
Sofía Pereira, terapeuta y autora de “Emociones y Temperamentos” (Editorial R. Steiner) y “El Arte de Educar en Familia (editorial CCS)
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aifospereira@yahoo.es
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